Un pacto entre socialistas y populares en el País Vasco, que hubiésemos apetecido de mayor ámbito desde que fué posible, va a permitir que la gente de bien pueda expresar su pensamiento libremente y no tenga que ocultarse en los portales para transitar por la calle sin riesgo de ser abatido por un disparo de los “camisas pardas” o guardarse de la delación diligente de los guardianes del régimen. No va a ser cosa sencilla ni estará a salvo de tentaciones ni asechanzas, pero el paso dado no tiene vuelta atrás porque está inspirado por las bases, que han luchado con verdadero heroismo -un heroismo muy real y exento de retórica-, anticipándose a sus jefes, instalados en un lugar llamado Madrid que está lejos de casi todas partes. Otra cosa va a ser la cicatriz que deja el enfrentamiento provocado por los que querían coger las nueces a calzón seco. Que eso merecería una cura paciente y honrada, y una atención psicológica más esmerada que la de los del Yak-42.
Mas, por fin, socialistas y populares han dado testimonio de coherencia y conquistado el derecho de idear el futuro y de enterrar a los muertos sin que los templos les cierren las puertas y la Iglesia les de la espalda, aunque los obispos que estaban en ello desde seminaristas, como el señor Uriarte, sigan lo mismo y deploren en este momento el desvalimiento de los pobres presos de la ETA.
Cuando miremos con cierta perspectiva los últimos treinta años de la historia de España, descubriremos hasta que punto la cerrazón oscurantista de los nacionalismos decimonónicos la han sumido en una ensoñación que ha podido ser mortal y podía haberla apartado una vez más del flujo de la vida, que ha sido la actitud que ha ido marginando a España del avance de Europa desde Las Carlistadas. Realmente solo así se entiende -o desentiende- la situación surrealista que supone la pervivencia en el seno de un régimen democrático y tolerante, de un régimen intransigente y totalitario en una parcela de su territorio. El IRA asesinaba y andaba a tiros por las calles pero no gobernaba; aquí sin embargo la ETA estaba en las instituciones y hemos sufrido el bochorno de que “Josu Ternera”, exjefe de la banda y autor de numerosos asesinatos y atentados terroristas, se haya sentado durante años en el Parlamento vasco como defensor de los Derechos Humanos y, eso es lo peor, con la aquiescencia del “lehndakari” Juan José Ibarretxe y la complacencia indisimulada del Partido Nacionalista Vasco, la formación de más solera democrática del país, cuyo fundador, Sabino Arana, predicaba la inferioridad antropológica, moral e intelectual de los no vascos y exhortaba a la aniquilación incluso violenta de los adversarios. De cuyos polvos surgieron estos lodos.
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miércoles, 1 de abril de 2009
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Tienes toda la razón: es la hora de los nacionalismos de (y con) estado. A ellos no les hace falta reivindicar nada: su lengua es obligatoria, sus selecciones deportivas legales y, por si acaso, ahí está el ejército protegiendo su indisolubilidad. Y lo mejor es que ellos mismos no se consideran nacionalistas. No les hace ninguna falta.
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