
Mas, por fin, socialistas y populares han dado testimonio de coherencia y conquistado el derecho de idear el futuro y de enterrar a los muertos sin que los templos les cierren las puertas y la Iglesia les de la espalda, aunque los obispos que estaban en ello desde seminaristas, como el señor Uriarte, sigan lo mismo y deploren en este momento el desvalimiento de los pobres presos de la ETA.
Cuando miremos con cierta perspectiva los últimos treinta años de la historia de España, descubriremos hasta que punto la cerrazón oscurantista de los nacionalismos decimonónicos la han sumido en una ensoñación que ha podido ser mortal y podía haberla apartado una vez más del flujo de la vida, que ha sido la actitud que ha ido marginando a España del avance de Europa desde Las Carlistadas. Realmente solo así se entiende -o desentiende- la situación surrealista que supone la pervivencia en el seno de un régimen democrático y tolerante, de un régimen intransigente y totalitario en una parcela de su territorio. El IRA asesinaba y andaba a tiros por las calles pero no gobernaba; aquí sin embargo la ETA estaba en las instituciones y hemos sufrido el bochorno de que “Josu Ternera”, exjefe de la banda y autor de numerosos asesinatos y atentados terroristas, se haya sentado durante años en el Parlamento vasco como defensor de los Derechos Humanos y, eso es lo peor, con la aquiescencia del “lehndakari” Juan José Ibarretxe y la complacencia indisimulada del Partido Nacionalista Vasco, la formación de más solera democrática del país, cuyo fundador, Sabino Arana, predicaba la inferioridad antropológica, moral e intelectual de los no vascos y exhortaba a la aniquilación incluso violenta de los adversarios. De cuyos polvos surgieron estos lodos.
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Tienes toda la razón: es la hora de los nacionalismos de (y con) estado. A ellos no les hace falta reivindicar nada: su lengua es obligatoria, sus selecciones deportivas legales y, por si acaso, ahí está el ejército protegiendo su indisolubilidad. Y lo mejor es que ellos mismos no se consideran nacionalistas. No les hace ninguna falta.
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